Sunday, May 25, 2008

Encuentro de Editoriales Independientes

El jueves 10 de mayo se llevó a cabo el segundo día del “Encuentro de Editoriales Independientes”, en la Sala Cortázar de la Biblioteca Nacional. Organizado por el Proyecto Alejandría, tuvo como propuesta inicial una exposición del método de edición de la Editorial Eloísa Cartonera. Luego se abrió el debate acerca del rol de las editoriales independientes, su lugar en el público lector, el mercado, las posibilidades de financiamiento y la importancia del libro en la actualidad. La actividad que comenzó a las tres de la tarde tuvo entre sus asistentes a los editores independientes: Esteban Virgilio Da Re (editorial Tantalia), Damián Tabarovsky (editorial Interzona), Miguel Villafañe (editorial Santiago Arcos), Cristóbal Thayer (editorial La Cebra), Miguel Balaguer (editorial Bajo la Luna Nueva) y Santiago Vega, nombre verdadero del escritor Washington Cucurto, por la editorial Eloísa Cartonera. El encuentro fue coordinado por Evelyn Galiazo y el moderador fue Carlos Bernatek.

Pasadas las tres y media de la tarde, Santiago Vega y tres ayudantes de la Editorial Eloísa Cartonera acomodaban libros hechos con tapas de cartón, con títulos pintados a mano con témpera. Decenas de ejemplares acomodados sobre una mesa y en el piso. Los asistentes al encuentro, representantes de las editoriales independientes invitadas, hacían preguntas a los miembros de la editorial cartonera y se pasaban libros de esta última y de las otras editoriales. Las primeras preguntas giraban en torno a qué autores edita Eloísa Cartonera. Vega explicaba que en su catálogo “hay algunos muy famosos, como Aira, Piglia, Pauls, que todo el mundo los conoce. Ellos son nuestro caballito de batalla y detrás de ellos metemos todo el resto”. Acerca de cuál es el arreglo que mantienen con los escritores, Santiago Vega comentaba que la editorial no tiene ningún derecho sobre los libros y que con los autores amigos de la misma, como Zelarrayán y Casas, mantienen un acuerdo de palabra.

Eloísa Cartonera no inició ningún trámite con el objetivo de legalizar el proyecto. Según su co-fundador, Santiago Vega, la no-legalidad es algo provisorio, la editorial así como está en su actualidad (sin papeles ni ISBN) “es una prueba piloto”. En palabras de Vega, Eloísa “es una cosa muy informal, porque nosotros no tenemos las condiciones como para hacerlo formal, si no, creo que habría algo, una formalidad” y también admitió que esa “informalidad” no hubiese sido posible en otro país en donde son más estrictos con las cuestiones legales. Igualmente, el estar al margen es una circunstancia y el objetivo de crecer está presente,
estos libros podrían ser mejores, se abrirían un montón de posibilidades, soy un convencido de que se puede dar trabajo a mucha más gente, con organización, con infraestructura, esto es el comienzo de un proyecto pequeño, independiente, pero que puede ser bastante más grande. El proyecto está, el libro es lindo, el libro responde todo el tiempo, no es que hacemos algo que no sirve, que la gente no quiere, hacemos algo que todo el mundo quiere, que la gente compra y ése es nuestro trabajo.

La economía de los libros

El financiamiento de las editoriales independientes fue uno de los temas que mayor atención concitó en los asistentes y que más debates generó. Primero, fue expuesto el caso de Eloísa Cartonera, en el que los lectores que compran los libros son los que sostienen económicamente el proyecto. También Vega comentó que los libreros no consignan los libros sino que directamente los compran. Cuando se habló de financiación, inmediatamente surgió la cuestión de los subsidios. Eloísa no tiene subsidios de ningún tipo sin embargo, admiten que hace tres años cuando contaban con pocos títulos, si les ofrecían uno, lo aceptaban. En la actualidad Vega aclara, “a esta altura no necesitamos ningún subsidio, estamos con la idea de que no queremos ser subsidiados, queremos que nuestro trabajo sea real”. Y agrega que si siempre reciben ayuda, “el día que nos dejen de subsidiar, nos morimos de hambre”.

El tema de inscribir legalmente a la editorial mantiene una íntima relación con la posibilidad de recibir algún apoyo económico por parte del Estado. Al menos así lo señaló el moderador Carlos Bernatek. Para reforzar esta idea, Miguel Balaguer, editor del sello rosarino Bajo La Nueva Luna, contó que hasta que no pusieron sus papeles al día, durante diez años estuvieron trabajando en condiciones precarias. En palabras de Balaguer, “estuvimos trabajando en condiciones similares a Eloísa: teníamos imprenta y la vendimos, vinimos a Buenos Aires, hicimos los papeles y recién en ese momento recibimos una ayuda”. Para Miguel Villafañe, de la editorial Santiago Arcos, el subsidio “hay que pedirlo, hay que tratar de obtenerlo. Todo esto - en referencia a las editoriales independientes- forma parte del patrimonio. Recibir una partida de dinero no significa modificar el proyecto o la línea editorial”.

En cuanto al subsidio, se habló de que para obtenerlo también hay que saber sostenerse sin esa dependencia económica y saber para qué se lo utiliza. Para Miguel Balaguer “atarse a los subsidios” no permite transformarse como Industria Cultural. Algo que comparte Vega. Según Esteban Virgilio Da Re, representante de Editorial Tantalia, por un lado, el tema “es ver de qué queremos depender para poder subsistir las editoriales chicas”. Por otro lado, rescata positivamente el apoyo estatal, “nosotros editamos a autores que consideramos valiosos pero no tenemos recursos. Entonces, está bueno que haya vías del Estado que banquen eso y es valioso aprovecharlas”.

Para Villafañe, el subsidio es imprescindible en nuestro país, ya que las grandes facturaciones provienen de industrias subsidiadas por el Estado. “Hay que darse cuenta de que sólo una partida insignificante de la economía del Estado se destina a las industrias culturales” dice el editor de Santiago Arcos y percibe que “parece que hay una culpa con el tema de ser subsidiado”.

Políticas culturales

Dos horas después del inicio del encuentro, las ideas, preguntas y esbozos de conclusiones giraron en torno al lugar de las editoriales independientes en el mercado lector. Cuál es la magnitud de éste y qué lugar simbólico y económico tienen los sellos chicos frente a los grandes grupos editoriales.

Miguel Villafañe estableció la diferencia de demanda que existe entre los lectores de hoy y los de hace cuarenta años, “hoy estamos hablando de volúmenes de 500, 1000 ejemplares, que es la distribución en la que nos estamos manejando los editores chicos. En el ’68, en el país, una edición más o menos considerable era de muchísimos mas ejemplares, la situación era diferente y el interés por la lectura también”. Para el editor de Santiago Arcos, no existe un interés real por parte del Estado de absorber los bienes culturales producidos por la misma sociedad. Y piensa que esto se debe a que “la dominante es la sociedad del espectáculo”. Villafañe propone estudiar qué pasó en estos años y a partir de ahí ver cómo recomponer “la circulación de contenidos, difusión del libro y esplendor cultural”.

Para Esteban Virgilio Da Re la cuestión central es analizar cómo está distribuido tanto el capital simbólico como material, ya que “si no están dadas las instancias de generación de lectura e interés cultural y si no hay capacidad material para acceder, va a estar difícil”. Santiago Vega opina que el interés en leer literatura no se perdió. Para él el problema reside en que hay toda una estructura que hace que algunos libros no se vendan. En esto, sostiene, también juegan un papel importante los medios masivos de comunicación, “que te dicen qué se tiene que comprar”. La publicidad mediática que sostiene a ciertos libros es algo compartido por Villafañe quien comenta que “en la Feria del Libro, la empresa que más compró lugares es el Grupo Clarín. Un grupo importante que tiene un diario, radio, internet, un suplemento cultural y que se encarga de la difusión y la formación de la conciencia”.

Otra problemática, al momento de pensar cómo sostener una editorial independiente, es el modo de distribución. Para Esteban Virgilio Da re, “al tener una tirada reducida, ya tenemos una limitación de la cantidad de librerías en cuales dejar nuestros libros, ya tenemos que pensar en los lugares estratégicos.” En este sentido, Miguel Balaguer se pregunta “si el lugar natural de venta de nuestros libros, de nuestras editoriales es la librería, me duele pensarlo, pero es una posibilidad”. El punto en el que coincidieron tanto Balaguer como Villafañe es en la necesidad de pensar para quién se está publicando, cuál es el lector que se construye mediante la política cultural de una editorial independiente.

Reconstrucción

De todos los temas tratados durante la tarde, entre todas las coincidencias y acuerdos, se puede percibir una necesidad de planificar el rol y el lugar de las editoriales independientes de cara al futuro. Si bien en algunos planteos se percibió un dejo de nostalgia por la cantidad de lectores que había en el pasado, Santiago Vega dejó un mensaje más que esperanzador para rescatar lo positivo de los años en que vivimos,


ahora es una época en la que, con todos los problemas que hay, es mejor. Porque hay que construir todo de nuevo, ése es el desafío. Hay que pensar que ahora estamos mejor que en el ‘68, porque hay que hacer todo de nuevo. Hay que arreglar las escuelas, los hospitales. En el ‘68 había un montón de plata, era otra época. Ahora hay que construir todo, hay que empezar de cero. No hay tiempo que perder, cada minuto que pasa, cada día que pasa hay gente que se muere, que no va al colegio. Hay que luchar, hay que trabajar cada día más: el doble, el triple, lo que sea necesario. Y hay que querer la época, lo que nos está tocando, tenemos que saber verla, enfrentarla, hay que ponerle el pecho, no vamos a estar toda la vida llorando. Esto es lo que tenemos, lo que hay, con eso hay que hacer, no hay mucho más.