Saturday, November 11, 2006

El tiempo urgente



La frase “el tiempo es dinero” es más que ilustradora de buena parte de los tiempos que vivimos o al menos es la fachada de su lógica. Lo que se tiene que mostrar, como la letrita chica de las promociones, se oculta gracias a la velocidad impuesta de la televisión. Las publicidades son veloces, si no podés pensar, mejor. Es probable que así compres y tu opción se debata por un capricho del tiempo.
En algunos empleos de los que proliferan, el recreo para comer es de quince minutos en un trabajo de seis horas. Está bien, es coherente, responde a la misma lógica y con el mote eficientista del capitalismo posindustrial. Y esto se refleja en el ciudadano medio, apuradísimo, respondiendo a la misma lógica antes mencionada pero en este caso con el único fin de llegar un poco antes a su hogar. En el subte, en el colectivo, en el tren, apretujándose, empujando y aplastando al otro, entrando en las escaleras mecánicas como si estas fueran un camino al olimpo, cuando se asemejan más a una picadora de carne, de carne humana estresada, mejor dicho, alienada.
Algunos carteles del mismo subterráneo estimulan la no-pérdida de tiempo. Y lo más desorbitado es encontrar ese anuncio, del mismo transporte, pero en un caset de VHS que propone adelantar los pedazos de películas innecesarios, según la lógica de la velocidad, o aburridos, ídem lógica anterior. Se intenta que el séptimo arte también sea puesto en el engranaje de lo veloz de los tiempos citadinos.
Hasta el fútbol es más rápido a lo que era antes. Jugadores que corren más de lo que juegan o supuestos cracks corporizados en un Javier Zanetti, de quien casi siempre se alude al record de minutos en los que llega desde la defensa al ataque.
El ir y venir de las masas se asemeja al ritmo televisivo, frenético, sin descanso, alejado del humano y más cerca de la máquina y la producción en serie de ideas. La sociedad no para de tecnificarse y seguir un ritmo pero no de fábrica, este es un establecimiento obsoleto. Más cerca de la pc, del ordenador, de Internet.
Probablemente sea consecuencia del modo informacional, en la producción industrial de información, en donde la misma tiene que ser más eficiente: de mayor calidad en menos tiempo. Y el ritmo interpersonal, el que termina imponiéndose sigue ese modo, en el nivel más básico y cotidiano y por eso quizás más imperceptible y nocivo.

Thursday, November 09, 2006

Estupidización


Este texto mío fue publicado en el número 1 de la revista Singüeso de noviembre del 2005.


Suenan por doquier. Inundan el transporte público de soniditos robados, suenan las melodías degeneradas de grandes músicos y de los otros. Una melange de Bach, música tropical, tango, bandas sonoras de filmes archi-conocidos. Todo procesado por tonos robotizados, metalizados, con ciertos toques de sonoridades plásticas. Lamentablemente el sonido no proviene de una banda tecno alemana primitiva ni de cierto pop remozado. No, nada de eso. Son los ringtones de los popularizados teléfonos celulares. Las ¿melodías? que asesinan a la música, que la convierten en un producto estupidizador o en un aviso de reunión de yuppies.
Ahí está la clase media, la media baja, la media alta, ahí están todos reunidos en histérica armonía. Se desesperan por escuchar el ringtone más cercano, para comparar, para pedirle uno nuevo al servidor de Internet. El mersa mira al otro mersa y se deleita con su ansiada sofisticación. Buscar estatus en un aparatito de ochenta pesos, que comunica e incomunica. Estar al tanto de la tecnología para sentirse menos subdesarrollados. Apiñan sus cuerpos de gabardina y claman:¡tengamos celular, seamos modernos, admiremos a la publicidad! ¡dejemos los discos y escuchemos ringtones! ¡Suplantemos la reunión interpersonal y mandemos mensajitos!
Es una chica que trabaja en la oficina, en el edificio grande, en el Empire State de Retiro. Ella se siente halagada con su ascenso. Son las 7 PM, ya parte a su casa. Mira su teléfono celular. Se alegra, está comunicada. Es su amiga que aparece en un visor y le informa con un lenguaje primitivo: “nos vemos en cinco, en el after”. Ahí van ellas alegres, rozagantes. Con muchas más células. Están tecnologizadas. Ahí están los varones, salieron de la celda tercerizada, de su box. “Vayamos al after” “Ahí están las chicas” se encuentran, se besan, desabrochan los botones superiores de sus camisas. Y. Y la rueda sigue, y están en otra celda. Ya salieron de la oficinita, del box, del cubículo de madera con olor a café y cigarrillo, ahora sus carnes siguen melodías monocordes.
Pero todavía suena el llamadito, otra melodía plastificada. Un rugbier disfrazado de elegancia gabardinesca ríe y muestra su amuleto celuloide a un amigo. “Es Pili, viene para acá”. Y llega Pili y mira la hora en su celular, ella ya no usa reloj. Eso está caduco. Y abraza a sus amigos. Y todos comunicados, felices, juntos, en un after office, unidos por telefonitos celulares, estandartes de la tecnología, de la tecnología obsoleta, de los rezagos del Primer Mundo, de las baratijas para simios. De juguetes para América Letrina.

Sunday, November 05, 2006

Leer o no leer (opciones de lectura)

Este artículo mío fue publicado en el Número 2 de la revista Singüeso de mayo del 2006.

Hace alrededor de un mes mantuve una discusión con una compañera de facultad, acerca de las apropiaciones de la cultura que hacen algunos sectores socioculturales. Mi objetivo primordial con la mencionada veinteañera era charlar de estos temas, pero en la cama. Como esto, lamentablemente no se dio, rescaté un buen debate. Ella sostenía que era preferible que los lectores no habituados a la lectura aunque sea accedan a literatura de escaso vuelo o de baja calidad, por ejemplo, los best- sellers. Mi posición inclina la balanza para el lado opuesto: antes de consumir productos culturales de baja calidad, es preferible que no lean nada.

Cuando me refiero a literatura de baja calidad me refiero a los best sellers, a aquellos libros, que en forma de ensayo o de novela, tienen como único objetivo el de vender. Resta aclarar, que hay autores muy vendidos que no son de escaso vuelo literario, pero estos son los menos. Tal es el caso de Gabriel García Márquez, que no lo ubicaría entre los escritores bajos. Lamentablemente, abundan entre los primeros puestos de venta de libros, textos escritos por Paulo Coelho, Jorge Bucay, Danielle Steel, Sydney Seldon, entre otros. Este grupo es el de los escritores vendedores, los productores de best-sellers (trad: mejores vendedores) y lo ubico en un sector de cultura baja, de poca monta. Porque no se puede relativizar en este sentido, en algún punto tiene que nacer el conflicto, hay productos culturales buenos y hay otros malos. Y esto no tiene nada que ver con cuán masivo es su consumo. Tiene que ver con los fines artísticos del autor, cuando los fines comerciales superan a los propósitos de búsqueda artística, ahí el producto cultural se convierte en bajo, de baja calidad.

La cuestión es la siguiente: estas lecturas ultra-vendedoras y de fácil acceso son las que más fácil llegan a los lectores no habituados a la lectura. Aquellas personas que no saben distinguir entre qué es lo bueno y qué es lo malo. Estos consumidores quizás sean los menos prejuiciosos, cualquier lector cultivado jamás agarraría un libro de Coelho, pero el problema está en si es positivo que el que lee poco, lea algo, así sea literatura barata[1], o que no lea nada. ¿Qué es mejor: que el que lee sólo el Diario deportivo Olé lea también a Bucay, o que se quede únicamente con el matutino de deportes? Mi postura gira en una dirección: es preferible que se quede con sus lecturas de diarios. Es preferible no imbuirse en el habitus de una lectura estereotipada y llena de clichés, o en los consejos de escritores que se asemejan a pastores evangélicos que adoctrinan con sus libros (tales son los casos de Bucay o Coelho). Cuando se analiza cómo lee una sociedad particular en determinada época, se puede dilucidar cómo una sociedad piensa, cuáles son las cosmovisiones de un pueblo. Y si estas formas de pensar son influenciadas por realidades construidas por escritores que sólo buscan en el lector a un cliente, estamos en el mal camino.

De ninguna manera mi planteo es de tinte conservador, nada de eso. Al contrario, mi postura aboga por un acceso menos contaminado por la basura literaria. Sería conveniente para el desarrollo de imaginaciones en danza, que los lectores no habituados, accedan a Albert Camus, Roberto Arlt, Howard Lovecraft, Andrés Rivera, Ray Bradbury, Jean Paul Sartre, entre tantos otros. Que no sean seducidos por las letras doradas de libracos infernales o por las publicidades que decoran los subterráneos con El Zahir de Paulo Coelho. El debate queda abierto y no descarto que mi postura se esfume o tome nuevos rumbos con el paso del tiempo. Sin embargo, espero que esto no suceda, si esto pasa quiere decir que la vejez y la condescendencia se han apoderado de mi ideología.



[1] Con la denominación literatura barata me refiero a los productos culturales de bajo nivel artístico. No apunto al valor monetario del libro impreso, ya que las obras de los clásicos y de algunos escritores sobresalientes se pueden comprar en cualquier librería por $6.