Por una nueva televisión

A veces en programas televisivos como “Almorzando con Mirtha Legrand” se habla de la gran calidad de la televisión argentina, declaración que es totalmente falsa. Sospecho que esto es una gran mentira y no es lanzada inocentemente, tiene algún fin subjetivo. Tampoco hay que comparar y caer en el vicio de decir que hay sistemas televisivos que son peores que el nuestro, la concepción del menos peor, método por el cual a menudo se vota presidente.
La TV argentina es imitativa, de muy baja calidad, el canal estatal es gubernamental, se basa en una lógica comercial, competitiva y no cumple la función de canal público. La programación no tiene gran variedad y como sucede en toda Latinoamérica es sensacionalista.
El canal 7, que pertenece al Estado, rinde pleitesía al gobierno de turno. Esto le quita credibilidad, elimina las miradas críticas y acomoda a funcionarios afines en los sillones de gerencia del canal. Sin tener necesidad, ya que no depende del ingreso publicitario, imita denodadamente a los canales privados, se maneja en una lógica comercial y competitiva. Al hacer esto, pierde toda su posibilidad de brindar un servicio más orientado a las necesidades del público, al acceso de las minorías, a la participación de la ciudadanía (que no se remite a un panel en un programa, sino que habla de tener programas producidos íntegramente por los ciudadanos, que tengan peso en las decisiones de programación y que opinen y decidan en las políticas nacionales de comunicación).
Por el lado de los canales privados, no se respetan los horarios (especialmente Canal 11 y Canal 13) algo que está totalmente prohibido. También se imitan formatos y se infantiliza al televidente.
Es claro, que al ser beneficiados los canales por las legislaciones que se orientan a servir al mercado, y que en Argentina la radiodifusión es de “interés público”, es decir, que no le interesa cubrir todo el territorio y dar acceso, participación y calidad, todos los objetivos de una modernización de la televisión se ven frustrados. Seguramente, el problema no se remite sólo a la radiodifusión, el problema abarca a los sistemas políticos y a todos los vicios posmodernos de la participación de la ciudadanía en las decisiones de los destinos del país.
Personalmente, abogo por un servicio público de radiodifusión al modo BBC que incluya y que cumpla todos los fines de la democratización de las comunicaciones. La tarea es difícil y le compete a todos, a mí como comunicador, al público y a todos los que estén o estemos en el papel de funcionarios en un futuro.